Demonios femeninos representados, unas veces, con busto, brazos, cabeza de mujer y cuerpo de ave, y otras, con cabeza femenina, cuerpo, alas y garras de ave. Tenían su residencia en las islas Estrofiadas, después de ser arrojadas de las Boréadas. Aelo, Ocípete y Celeno eran la personificación de las fuerzas desatadas de los elementos, especialmente marinos. Para la Teogonía de Hesíodo, se trataba de deidades aladas, de larga y suelta cabellera, más rápidas que el viento y las aves. Para Virgilio, serían aves con rostro femenino, garra encorvadas y vientre inmundo, demacradas por un hambre feroz que no consiguen satisfacer. Invulnerables y fétidas; todo lo devoran, emitiendo chillidos desagradables, y todo lo transforman en excrementos. Nada tiene, por tanto, de particular que ciertos autores de la antgüedad las tuvieses por demonios o las confundiesen con las Furias o las Parcas. Por imperativo divino, se dedicaban a amargar la existencia a cierto rey tracio que podía descubrir el futuro a los hombres, motivo por el cual, los dioses le privaron de la vista, permitiendo que las Arpías le quitasen la comida, dejándole su detritus en su lugar, por lo cual el desventurado Fineo siempre estaba hambriento. Finalmente Jasón y sus argonautas, valiéndose de la astucia, consiguieron auyentarlas.
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